Este post cuenta una experiencia de tramitología e interoperabilidad humana -buena y mala-, tan kafkiana como nunca.
En plena pandemia se vivió de forma clara que la economía se detenía. Y por lo mismo, cualquier acción conducente a dinamizarla era, y es, bienvenida, y por ello, facilitar estas acciones se convirtió en algo prioritario.
No había que ser muy astuto o astuta para saber que no podíamos seguir poniendo trabas a acciones que de una u otra manera apoyen a mover la economía.
Dicha esta idea, la historia parte con una empresa que en plena pandemia debía renovar sus estatutos y registros legales ante las entidades estatales y gubernamentales. Nada fuera de lo normal o inesperado en cualquier empresa cada X años.
Al estar en pandemia pidieron, SÍ!!!, algunas, no todas las entidades, fotocopias en color y con firmas en pluma azul.
Pero dejemos esta vieja anécdota.
En una de esas entidades, la que renueva el permiso de una empresa, requería "ir" a sus oficinas a entregar documentación.
Como el mundo estaba un poco digitalizado, este proceso se comenzó digital, o más bien por correo.
Se escribió al correo que la entidad indicaba para hacer consultas.
La verdad el correo funcionó bien. Respuestas rápidas, digamos en muy pocas horas, y respuestas muy completas.
Uno de los correos indicaba que había que imprimir unos documentos y llevarlos a X oficina.
Y se fue a entregar los documentos ... en Quito.
La funcionaria que atendió la entrega de documentos, los leyó y dijo que no se podía hacer el proceso.
¿Por?
La respuesta fue ... 'Debe hacerse el trámite en Guayaquil'.
¿Por?
'La persona que le mandó el correo es de Guayaquil'.
Y se acabó la conversación. Ante la interpelación de que era un correo de un call center y otras obviedades, la funcionaria llamó al orden y terminó el trámite.
Aparte estaba el asombro de que como ciudadanos debíamos saber en qué ciudad estaba quien envío el correo. Un correo, cabe acotar, que obviamente en ninguna parte se decía la ciudad de origen de quien lo escribió, y claro era un correo institucional, no territorial.
Quizás el ciudadano no le simpatizó a la funcionaria, o no tenía tiempo ni ganas del trámite, o era un trámite muy burdo para su jerarquía, pero tampoco importó que en momentos en que se busca mantener empresas funcionando, hay que dar todas las facilidades.
Al menos podría haber llamado a Guayaquil.
Bueno. Todo cerró con un PLOP.
Por supuesto fue resuelto con el coste en tiempo de filas y desplazamientos en tiempos de pandemia y con la empresa cerrada.
Una semana después se repitió la gestión pero se hizo todo el malabar para evitar que cuando tocase el turno se repitiese la misma funcionaria. Porque claro, así son las cosas.
Gracias a este accionar, se pasó con otro funcionario.
El funcionario recibió los papeles, aceptó la documentación, la misma anterior, y todo listo.
Bueno, moralejas hay muchas, pero si estamos ante un servicio público, desequilibrios en interoperabilidad humana no deben darse y respecto de la tramitología, ni hablar.
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